jueves, 2 de abril de 2009

Todo tiene un límite.

Esto definitivamente es una verdad. Ineludible, inapelable, incontrastable, insoportable verdad… de Perogrullo.

Los periodos presidenciales, tienen un límite.
Los años tiernos de la juventud, tienen un límite.
Los años duros de la vejez, tienen un límite.
Básicamente todas las cosas que podemos nombrar tienen un límite.

Ciertas personas alegarán, que por supuesto la cualidad de tener un límite es lo que hace a esas cosas nombrables y diferenciables de otras cosas.

Pensemos por ejemplo un idioma en el cual cuando un hablante diga “árbol”, el escuchante no esté seguro si se refirió a una planta adulta o a la axila del ministro de hacienda de Uganda, que cierta frondosidad puede tener, pero no la suficiente para rebatir este genial ejemplo que se me acaba de ocurrir.

De la misma forma, sucede con los siameses, ¿donde empieza Pedrito y donde Juancito?
Cuando sus progenitores o familiares cercanos jueguen a ese juego tan lindo de la pertenencia de ciertas zonas corpóreas... De quien es esta nariz, boca, ojo y demás, está bien claro… pero ¿que sucede con la pancita? ¿Y con la rodilla?

En este caso la ternura paterno filial, ciertamente se convierte en un serio caso de violencia domestica. Que aunque sea verbal solamente, hay palabras que rompen huevos mejor que un martillo hidráulico.

De forma que para cerrar la idea, solo diré que frente a padres así, una idea debe prevalecer con estoica… eeeemmmmeee… estoicidad:

Los hermanos sean unidos, porque esa es la ley primera.

Todo tiene un límite, menos los hermanos.
Un saludo desde Barcelona,
Joan Perogrullo.

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